En la novela de William Golding, “El señor de las moscas” (1954), se narra la historia de un grupo de niños que sobreviven a un accidente de avión en medio del océano. Este grupo llega a una isla desierta donde se enfrentan a la incertidumbre de tener que sobrevivir por sí mismos en condiciones extremas, lo que los lleva a abandonar sus costumbres occidentales y recurrir a la violencia. Esta novela, ambientada en tiempos de guerra, obtuvo reconocimiento mundial y su autor fue galardonado con el premio Nobel de literatura. Además, fue adaptada al cine por Peter Brook y Harry Hook. El tema de la supervivencia en condiciones extremas tiene un gran atractivo.
En el caso de los niños indígenas perdidos en la selva colombiana, su historia ha captado la atención de los medios de comunicación, los intereses políticos y el público solidario con la infancia. En este relato, se destacan aspectos singulares, como la pertenencia étnica de los cuatro niños, su corta edad, el rol de la niña mayor como cuidadora, el mensaje desesperado de su madre que les encomienda la misión de sobrevivir hasta que su padre los encuentre, entre otros.
Mientras este drama se desarrollaba en un rincón de la selva amazónica, a cientos de kilómetros de distancia, en Bogotá, el primer presidente de izquierda electo publicó un tuit equívoco semanas antes, confirmando el hallazgo de los niños. Esta precipitación le valió críticas por parte de sus detractores. Ahora, se confirma que la historia de los niños será llevada al cine en formato cinematográfico. Según un periodista del diario El País, alrededor de 13 compañías audiovisuales de todo el mundo están interesadas en adaptar esta historia al cine. Incluso Warner Bros se encuentra entre las productoras que han presentado propuestas por escrito. Los abuelos de los niños solicitan que las propuestas se ajusten a la jurisdicción indígena, beneficien a la comunidad Araracuara y contemplen una inmersión en la etnia uitoto y su territorio, entre otros aspectos. Como afirma una fuente citada por el periódico español: “Se ha convertido en una puja al mejor postor. Todo el mundo tiene prisa por adquirir los derechos y poder vender la historia exclusivamente a las plataformas”.
Por otro lado, indígenas y soldados iniciaron un trabajo colaborativo que se convirtió en un símbolo de unión en un país marcado por prejuicios y divisiones entre quienes llevan uniforme y quienes pertenecen a comunidades étnicas. También se realizaron armonizaciones y rituales en iglesias y territorios, convirtiendo el hallazgo o no de los niños en un asunto vital para el gobierno. Como coronación de esta historia, un perro llamado Wilson, entrenado por el ejército y que evoca a los legendarios perros Lassie o Rintintín de las series de televisión estadounidenses de los años setenta, rastrea y encuentra a los niños para luego desaparecer en la jungla.
Con todos estos elementos, que podrían causar la fascinación semiótica de Roland Barthes, emergen sueños de regreso a la naturaleza como los planteados por Emilio de Rousseau. La tierra adquiere un papel protagonista, cuidando de sus hijos. El buen perro se convierte en un salvador de vidas. La hermandad entre indígenas y fuerzas armadas se destaca, al igual que la espectacularización de la sabiduría ancestral de los mamos, taitas y sabios milenarios en medio de un gobierno popular que abraza la infancia y las culturas propias. Esta historia presenta una explicación que atribuye a los espíritus de la selva la responsabilidad de mantener con vida a los niños.
En esta explicación, la palabra “uitoto” surge como el término introducido por los conquistadores vencedores para referirse a este pueblo. Paradójicamente, su significado es “enemigo”, aunque es poco probable que ellos se perciban de esa manera, ya que se consideran amigos. Esto se debe a que a casi todas las culturas originarias se les cambiaron sus nombres y se intervinieron en sus conocimientos. Afortunadamente, esto no ocurrió por completo ni en todos los casos.
Si en algún momento los uitoto fueron más de veinticinco mil, hoy apenas quedan unos cinco mil, casi al borde de la extinción debido a la codicia por los beneficios del caucho. Se dice que nada en su caminar por la selva les genera temor, sino respeto y cuidado. No se extraviaron por jugar con el destino ni por ser víctimas de la violencia, como ocurrió en el caso de Arturo Cova en “La Vorágine”. Por el contrario, se conectaron con la fuerza de la madre tierra y finalmente fueron rescatados gracias a la alianza y sabiduría indígena, así como a la disciplina y habilidades de las fuerzas militares.
Los uitoto tuvieron un momento de visibilidad en la película “El abrazo de la serpiente” de Ciro Guerra, un espectáculo de imágenes en movimiento, y ahora protagonizan una osadía que quedará para la posteridad. En esos senderos amazónicos se trazaron los caminos del jaguar, las rutas de la anaconda y las historias de héroes de la infancia, como el hombre increíble llamado Kalimán o Arandú, que conocía la selva, sus peligros y sus miles de aventuras, entrelazadas con el rescate de las cosmovisiones de hombres y culturas exotizadas. Es importante recordar que hay alrededor de 400 pueblos indígenas en toda la Amazonía, de los cuales unos 64 corresponden a Colombia, según el censo del Dane de 2018. Viven aproximadamente 335,260 personas, siendo una minoría indígena. Sus tradiciones, conocimientos y su propia existencia continúan enfrentando peligros, desde la deforestación hasta las mafias, el narcotráfico, el conflicto armado e incluso las religiones que pretenden “salvarlos”.
Los niños sabían que quedarse quietos no era una opción, por lo que durante cuarenta días se movieron, alimentándose de frutas, semillas y hojas, y aprendiendo a reconocer las fuentes de agua seguras. Actuaron como siempre han vivido: uno para todos y todos para uno, como dice el lema de los Tres Mosqueteros. Este mismo principio es exaltado por las comunidades o grupos humanos que se empeñan en proteger su existencia. Esta historia tiene su final, contado por un general de la República, Pedro Sánchez Suárez, quien aparece en la televisión pública valorando de manera respetuosa a la guardia indígena mientras colabora en la formación de los rescatistas indígenas. Durante esta escena, se corea: “¡Fuerza, Fuerza, Guardia, Guardia!”.
Este relato también expresa la idea, que parece sacada de las teorías decoloniales, de que los cuatro hermanos fueron protegidos por los cantos y pensamientos de los abuelos Ticuna y de otros pueblos hermanos. Los niños caminaron durante cuarenta días. Se dice que Lesly los guió con la determinación de una pequeña amazona e incluso pudo cargar con su hermano de doce meses, junto con los otros pequeños de nueve y cuatro años, como hacen las madres indígenas cuando protegen a su progenie en su cuerpo. Si sumamos los días de caminata, se obtiene un total de setenta y dos, lo cual genera una geometría casual. Pero en este hecho hay muchos números cuatro. Sería oportuno reflexionar que la selva es nuestro hogar, que cada uno es el otro y que la selva es el universo. Durante cuarenta días, la selva se convirtió en parte de la esfera pública, y su dimensión como ser vivo interpeló a los devoradores de noticias actuales. A diferencia de la novela “El señor de las moscas”, la experiencia de estos niños fue más espiritual que violenta, aunque aún está por aclararse el tema del posible maltrato paternal.
Lo que estos niños vivieron fue un encuentro con la memoria del territorio. Parece simple y lo es, ya que la selva es su hogar. Entre los uitoto se dice que hay que tener paciencia, fuerza y valentía. Además, cada acción repercute en su efecto, ya que la naturaleza es sabia y provee todo lo necesario para mantener la vida. Hemos pasado de la novela de Golding a los niños de la selva.
Articulo original de www.elespectador.com y reescrito con Chat GPT
